pierdo la noción del tiempo. intento sincronizar el sonido de la alarma con la almohada vacía a mi lado mientras me esfuerzo inútilmente por encontrar el reloj en la mesita de noche que termina por derrumbarse en la interminable obscuridad.
prendo la luz y mis pupilas se dilatan. intento ahora sincronizar las manecillas apuntando en opuestas direcciones con la cortina entreabierta por donde se asoma el único faro de luz aún sin fundir. Mi ventana da a la calle principal de un pequeño pueblo que sólo tiene una parada de autobus, una oficina de correos y una panadería que ya empieza a oler rico.
son las seis de la mañana de algún día anormal y yo aún no amanezco.
(en un día de invierno de aquel dosmilsiete)
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